Requiem para un Quinoto

Llegué a Ezeiza después de un viaje a San Francisco un domingo a las 8 am. Prendí el celular para avisarle a Tuki que había aterrizado

Estaba dormido. Y no esperando del otro lado de la puerta automática. Me puso de un mal humor innegable. Todo el viaje en taxi pensé en las conversaciones que habiamos tenido los días anteriores, haciendo trouble shooting de en donde había fallado la comunicación exactamente

Llegué. Todavía de mal humor. Llamé a Vivi para avisarle que había llegado bien, y para sacarme el mal humor.

Creo que no le pregunte como estaba. Primero “Como está Rati?”

Silencio.

“No te quería decir. Pobrecito. Apareció muerto en la puerta de casa”

Fue como una estaca directo al pecho.Lloré una hora sin parar. Los gatos que se morían eran los gatos de los otros. Los mios no. Estaba contando con 20 años de esta bola de pelos naranja sociópata


Rati había crecido lo suficiente como para transformarse en un gato hermoso que solo prometía volverse espectacular con el tiempo. Empecé este blog para escribir sobre él, y pensé que iba a tener material para las próximas décadas. Nunca pensé que no iba a llegar a escribir sobre él antes que se muera. Dejé de escribir, parecía absurdo.

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